Taller Filosófico de Tecla Sala XX
10 de FEBRERO de 2011
UN DILEMA DE LA TRANSNACIONALIDAD
O UN DILEMA EN LA MULTICULTURALIDAD
Vivimos en un planeta en el que aparentemente, la gente se organiza en torno a estados o a naciones, no siendo las dos cosas entidades idénticas. A veces ocurre que hay estados nacionales -estados que son al mismo tiempo una nación- pero otras veces ocurre que dentro de un estado hay varias naciones, o que una misma nación está repartida entre varios estados.
Es una realidad aceptado por todos, que los estados otorgan a sus ciudadanos una nacionalidad, en el sentido de una legitimidad jurídica, unas leyes, y un marco de referencia. Uno nace y es ciudadano de un estado concreto, que es diferente del resto de los estados, no sólo por una cuestión cultural, sino sobre todo por una cuestión jurídica. Uno puede elegir, en algunos casos, cambiar de nacionalidad, a través de un proceso legal, pero siempre se pertenece a algún estado. No ocurre lo mismo con la nación. Hay quien se identifica con una nación en particular, y hay quien no lo hace con ninguna. Mientras que el estado otorga un status legal a una persona, la nación ofrece una identidad de otro tipo. La nacionalidad –que no la nación- la otorga el estado.
Pero, en el mundo globalizado de hoy en día, donde las fronteras se han roto, donde la gente emigra con gran facilidad, los modelos de estado y nación están en sería crisis. O al menos un modelo concreto de estado y nación: aquel que considera que un individuo sólo puede pertenecer a un estado o a una nación.
Pensemos en varios ejemplos: un chileno, nace en Chile, crece allí, estudia, y con veinte años emigra y se instala en España. Allí vive otros veinte años más, se casa y tiene hijos. Pero además, viaja frecuentemente a Chile a ver a sus padres y amigos, primero con su mujer, y luego también con sus hijos.
La pregunta es la siguiente: esta persona, ¿es chileno o español?
Pensemos en el caso de los turcos nacidos en Alemania, cuyos padres ya nacieron en Alemania, que no tiene la nacionalidad alemana porque el estado alemán les obliga a elegir entre ser turcos o alemanes, ya que no concibe que se pueda tener más de una nacionalidad. Estas personas deben elegir entre la nacionalidad del lugar donde han nacido, o la nacionalidad del lugar del que provienen sus abuelos.
Hay estados que sí que otorgan la doble nacionalidad con más facilidad, pero Alemania no es uno de ellos. Pero esto es sólo a nivel de estado. Culturalmente, ¿estas personas son turcos o alemanes? ¿A qué nación se adscriben?
Pensemos en esos programas de televisión que se pusieron tan de moda últimamente: españoles por el mundo, o catalanes por el mundo, etc.
A través de ellos pudimos volver a ser conscientes de la gran cantidad de personas de nacionalidad española –o sea, nacidos dentro del estado español- que han emigrado y se han instalado es otros estados. Un individuo nacido en Barcelona que lleva quince años en Nueva York, ¿a qué estado pertenece? ¿Con qué nación se identifica? ¿Es catalán, español, o americano?
A esto hay que añadir que en cualquier ciudad europea, aproximadamente uno de cada seis habitantes no ha nacido, no ya en esa ciudad, sino en el estado al que pertenece esa ciudad. ¿Con que nación o estado deben identificarse estas personas? Europa no para de repetir que necesita emigrantes, pero ¿es capaz de ofrecerles un marco legal y cultural en el que sientan cómodos, tanto ellos como las personas que los acogen?
¿Es válido que sigamos usando, tanto a nivel jurídico como a nivel cultural, unos conceptos de estado y de nación que aparecieron a finales del siglo XVIII, cuando la mayoría de la población viajaba a pie, y apenas salía de su localidad?
¿Con qué modelo de estado o nación podemos asignar una identidad a la ciudadanía de hoy en día?
Pensemos en otras épocas históricas. En la Edad Media, una enorme red de monasterios, conventos e iglesias hacía de Europa el lugar de la Cristiandad. Un espacio geosocial donde la identidad no se asignaba apelando al lugar de nacimiento sino a la clase social: nobleza, vulgo o clero. El clero, dividido en deferente órdenes religiosas, era transeuropeo. Eso significa que, por ejemplo, un fraile de la orden de los franciscanos, residente en un monasterio en Ourense se sentía más identificado con cualquier otro fraile de la misma orden -que también tenía monasterios en Nápoles-, que con sus vecinos de Ourense. Dos personas, viviendo a miles de kilómetros de distancia, se consideraban miembros de la misma comunidad, y de hecho su status jurídico era el mismo, a diferencia de los nobles o del pueblo del lugar donde residieran. Un fraile franciscano, fuera natural de Ourense o de Nápoles tenía los mismos derechos y obligaciones, y vivía de forma muy similar.
En la Grecia clásica, la identidad legal la daba el ser nacido en una ciudad, pero un ciudadano de Atenas perdía todos sus derechos como ciudadano al salir de su ciudad, e ir, por ejemplo, a Tebas, otra ciudad griega. Los “griegos”, como así los llamamos, no tenían una legalidad o una jurisprudencia común para todos ellos. Uno sólo era ciudadano de su ciudad. Y dentro de la ciudad, no todos eran ciudadanos, pues ni las mujeres, ni lo niños, ni los esclavos, ni los extranjeros lo eran. Apenas el diez por ciento de los atenienses se llamaban a sí mismos “ciudadanos”.
Si observamos la el pasado, vemos que la forma en como se ha adjudicado identidad jurídica, legal y cultural a las personas no ha sido siempre bajo la idea de estado o nación. Ni siquiera estos conceptos han significado lo mismo para todo el mundo.
En Francia, la idea de nación que surge durante la revolución francesa es que todo aquel que quiera ser francés puede serlo, con tal que respete las ideas de fraternidad, libertad e igualdad. No importa el origen; es la voluntad de ser francés lo que hace a uno ciudadano de Francia. En la tradición alemana, sin embargo, a la idea de nación se asocia una herencia cultural, de tal manera que sólo son alemanes aquellos que hablan alemán como lengua materna –aquellos que han heredado el alemán como lengua-. No se trata de una cuestión de voluntad, sino de herencia cultural. De hecho, uno es alemán aunque no lo quiera, aunque no se identifique con el estado o la nación alemana, si su lengua materna es el alemán.
Y si hablamos del estado, no es lo mismo el estado que piensan Hobbes o Maquiavelo, basado en la figura del príncipe, que el que piensaMontesquieu, con su separación de poderes, o Rousseau, con su idea del contrato social.
Lo que nos aparece es una doble cuestión: por un lado, el ser humano no siempre se ha organizado socialmente en torno a las ideas de estado o de nación; por otro lado, qué sea un estado, o qué sea una nación no se ha entendido siempre de la misma manera.
¿Qué idea de estado o de nación se adapta mejor a nuestros intereses, a nuestra forma de vida? ¿Cómo se ajustan estas ideas a la concepción que tenemos de la sociedad? ¿Qué ventajas e inconvenientes tiene vivir en un orden estatal o nacional?
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