Taller Filosófico de Tecla Sala VII
Texto de apoyo
–Sé –respondí- que se piensa así ordinariamente, y en esto se fundó Trasímaco para rechazar la justicia y hacer tantos elogios a la injusticia. Pero eso yo no puedo entenderlo, y precisamente debe ser muy torpe mi inteligencia, a lo que parece.
-Pues bien –exclamó-, quiero ver si te adhieres a mi opinión. Escúchame. Me parece que Trasímaco, a manera de la serpiente que se deja fascinar, se ha rendido demasiado pronto al encanto de tus discursos[1]. Yo no he podido darme por satisfecho con lo que se ha dicho en pro y en contra de cada una de las dos cosas. Quiero saber cual es su naturaleza, y que efecto producen ambas inmediatamente en el alma, sin tener en cuenta ni las recompensas que llevan consigo ni tampoco ninguno de sus resultados, buenos o malos. He aquí, pues, lo que me propongo hacer, si no lo llevas a mal. Tomaré de nuevo la objeción de Trasímaco. Diré por lo pronto lo que es la justicia, según la opinión común, y en donde tiene su origen. En seguida haré ver que todos los que la practican no la miran como un bien, sino que se someten a ella como una necesidad. Y, por último, demostraré que tienen razón de obrar así, porque la vida del injusto es infinitamente mejor que la del justo, a lo que se dice; porque yo, Sócrates, aun estoy indeciso sobre este punto, pues tan atronados tengo los oídos con discursos semejantes a los de Trasímaco que no sé a que atenerme. Por otra parte, no he encontrado a ninguno que me pruebe, como desearía, que la justicia es preferible a la injusticia. Deseo oír a alguien que la alabe en si misma y por si misma, y es de ti de quien principalmente espero este elogio; y por esta razón voy a extenderme sobre las ventajas de la vida injusta. Así te indicaré el modo en que yo deseo oírte atacar la injusticia y alabar la justicia. Mira si son de tu agrado estas condiciones.
Platón, La República, Libro II., Traducción: Patricio de Azcárate., Introducción y revisión: Miguel Candel., Espasa Calpe, S.A., vigésimo cuarta edición, 1993.
Las cursivas son mías.
[1] Los antiguos creían que las serpientes se dejaban encantar por el canto. Véase Virgilio, Églog., VIII, v. 71